ALMOHADA DE HIERBA: ENTRE LA “NOVELA-HAIKU” Y EL ENSAYO ESTÉTICO

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Kusamakura, Almohada de hierba (1906), de Natsume Sōseki, debe su nombre al epíteto con el que los clásicos hacían referencia al viaje, “en que se duerme sobre una almohada de hierba». Definida por su propio autor como «novela-haiku» y concebida, por su belleza compositiva, con la notoria intención de regalar los sentidos de aquel que se aventura a su lectura, este insólito y embriagador relato nos traslada al balneario de Oama, cercano a Kumamoto, localidad en donde el propio Sōseki residió durante un tiempo. El único huésped del balneario es el narrador, un joven pintor de treinta años de nombre desconocido, que en su retiro busca encontrar inspiración. No obstante, el artista no logra pintar, pero sí compone haikus, que son contestados en un inesperado duelo poético por Nami, la extraña hija del propietario del establecimiento. Mujer de peculiar personalidad y envuelta en misterio, la hermosa Nami se convertirá en musa del joven pintor, quien pese a sus intentos por inmortalizarla en un retrato, habrá de esperar hasta el último capítulo para lograr captar en Nami el sentimiento de aware, la humanidad que al fin aflora al rostro de la joven al ver partir en busca de fortuna a su antiguo marido al frente bélico de Manchuria, uno de los escenarios donde estaba teniendo lugar la guerra Ruso-japonesa (8 de febrero de 1904-5 de septiembre de 1905).

Los propios protagonistas, así como la peculiar relación que se establece entre ambos, sirven de marco para abordar no solo el ya citado aware (compasión), sino también otros conceptos fundamentales en Sōseki, como el constante conflicto entre ninjō (sentimiento, humanidad) y hi-ninjō (no-sentimiento). Pero no serán estos los únicos temas abordados a lo largo de los trece capítulos que componen Almohada de hierba, pues a través de remembranzas y citas de las principales figuras culturales contemporáneas de todos los ámbitos -reflexiones, en suma, puestas en boca del protagonista en su búsqueda de una utopía inexistente en la realidad y que contraponen la cultura oriental y occidental en un vano intento de alcanzar una tesis determinante-, Kusamakura se convierte en un pequeño ensayo estético-filosófico rebosante de lirismo y romanticismo, convirtiendo esta breve e inusual novela de Sōseki en una de las joyas poéticas más deliciosas del escritor.

 

Fotografía cortesía de la National Diet Library

Fotografía cortesía de la National Diet Library

 

 

 

EL GANSO SALVAJE: LA HISTORIA DE UN AMOR ATRAPADO

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A pesar de que Mori Ōgai (1862-1922), debido a su austero carácter, no atrajo discípulos, dejó sentir su influencia en escritores posteriores, algunos de la talla de Tanizaki Jun’ichirō, Akutagawa Ryūnosuke, o Mishima Yukio. El reconocimiento de esta ilustre figura de las letras universales es unánime, puesto que a través de sus obras y traducciones contribuiría a la modernización de la literatura japonesa de su época.

Nacido en el seno de una familia samurái, Mori Ōgai recibió una educación tradicional, acorde a su posición social y enfocada desde muy pronto a asegurarle los conocimientos necesarios para poder cursar estudios de medicina, en cuya facultad de la Universidad de Tokio se graduó en 1881, con apenas diecinueve años. Poco después de haber ingresado en el ejército, partió a Alemania con una beca del gobierno para estudiar higiene pública.

Los cuatro años que pasaría en Europa serían bien aprovechados por el joven teniente, pues además de cumplir con sus obligaciones como militar y médico y de mantener una relación amorosa con una joven alemana, la estancia europea supondrían para Mori una toma de contacto profunda con el pensamiento de los intelectuales occidentales, cuya influencia se dejaría sentir en sus trabajos posteriores, tanto en su labor como traductor al japonés de las obras europeas, como en su producción literaria de creación propia.

De entre las numerosas obras de Mori Ōgai, nos detendremos por unos instantes en la que es por muchos considerada su obra cumbre: El ganso salvaje (Gan, 1911-1913). Publicada por primera vez por entregas y presentada hoy por Chidori Books, esta novela nos traslada al Tokio de 1880 y nos narra la historia de amor entre dos jóvenes: la bella Otama y Okada, un estudiante de medicina. Otama, que con el fin de asegurar una jubilación digna a su anciano padre se ha visto abocada a aceptar convertirse en la amante de un prestamista, se enamora de Okada, joven atractivo de intachable conducta que en sus paseos diarios siempre le dedica un formal saludo. El desenlace final a que se verán conducidos los sentimientos y las vidas de ambos jóvenes vendrá determinado, no obstante, no sólo por sus respectivos caracteres y actitudes, sino también por una sucesión de circunstancias ajenas a ellos.

Uno de los aspectos más destacables de El ganso salvaje es la aguda y profunda caracterización de los personajes, sobre todo el de Otama, quien al asumir sus responsabilidades para con su padre —en una actitud que refleja la piedad filial de las obligaciones que la doctrina confuciana establecía como básicas para el buen orden social— evoluciona interiormente desde la inocencia infantil que la deja inerme contra las embestidas de la vida hasta convertirse en una mujer de carácter independiente, que pese a ser consciente de las obligaciones adquiridas, intentará llevar hasta sus últimas consecuencias sus sentimientos personales individuales (ninjō) hacia Okada, el hombre del cual está enamorada. Así, Mori Ōgai, en este relato cargado de alusiones metafóricas y simbólicas, no solo dirige una mirada retrospectiva hacia el pasado, sino que también reinterpreta, en cierto modo, esa contraposición, incompatible las más de las veces, entre el giri, o deber social, y el ninjō, o sentimientos individuales, tan del gusto de autores clásicos como Chikamatsu Monzaemon (1653-1725), quien llevó al extremo su desarrollo y desenlace. Con todo, aun separándose del estilo del dramaturgo Chikamatsu, El ganso salvaje nos descubre una historia intensa narrada con la prosa elegante y exquisita de Mori Ōgai, cuya lectura hará las delicias de todo aquel que se sumerja en sus páginas.

 

Fotografía cortesía de la National Diet Library

Fotografía cortesía de la National Diet Library

 

 

 

LA CULTURA DURANTE LA ERA TOKUGAWA

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La era Genroku (1688-1704) marca el momento álgido de un floreciente período cultural que se extenderá a lo largo de todo el siglo XVIII y que se concentrará principalmente en los núcleos urbanos, sometidos a un constante y espectacular crecimiento durante el Bakufu Tokugawa. Los chônin (comerciantes y artesanos), protagonizarán esta eclosión cultural gracias a una holgada posición económica derivada de su trabajo y que contrastaría con los signos de crisis que empezaban a detectarse de manera evidente en la generalidad del país.

Tres ciudades destacarían por encima de todas: Kyôto, Ôsaka y Edo, en torno a las cuales crecerían barrios de placer, con sus burdeles, casas de té y salones de espectáculos, destinados a satisfacer los deseos hedonistas de esa clase acaudalada que gustaba de una vida suntuosa y libre de preocupaciones que dio en llamarse ukiyo (“mundo flotante”) y cuyas imágenes evocadoras quedarían inmortalizadas por los grandes maestros de xilografías ukiyoe que tan poderosa influencia ejercerían sobre los pintores impresionistas europeos.

Entre estos relevantes artistas, el primero a destacar es Kitagawa Utamaro (1753-1806), extraordinario retratista de elegantes cortesanas y bellas mujeres sorprendidas en sus tareas cotidianas o compartiendo la intimidad en pareja, como bien queda reflejado en una de sus obras maestras, Doce horas en las casas verdes o en la colección de grabados eróticos publicado bajo el título El poema de la almohada.

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Katsushika Hokusai (1760-1849) abarcó muchas temáticas, pero es conocido, sobre todo, por sus paisajes, siendo sus colecciones más renombradas Treinta y seis vistas del monte Fuji (a la que pertenece su estampa más famosa, Ola en alta mar en Kanagawa) y Cien vistas del Fujiyama.

Utagawa Hiroshige (1797-1858), que desarrolló su actividad en los últimos años del período Edo, consagraría su fama como paisajista con la colección Cincuenta y tres estaciones del Tôkaidô, aunque también son muy loables sus Lugares famosos de Kyôto o la serie Sesenta y nueve estaciones del Kisokaidô.

Aunque hay que tener en cuenta que estos artistas no fueron los únicos, pues no se debe dejar de mencionar, entre otros, a Chôbunsai Eishi (1756-1829), a Suzuki Harunobu (1725-1770), a Isoda Koryûsai (que trabajó de 1765 a 1788), o a Tôshûsai Sharaku, quien se especializó en el retrato de actores kabuki.

Uno de los aspectos que más influyeron en la “democratización” de la cultura experimentada durante el período Edo  fue la amplia alfabetización existente entre las clases urbanas. Esta eclosión cultural, que se reflejó en todos los aspectos de la vida, es especialmente apreciable en el mundo del espectáculo y de las letras. Es el momento de la popularización del sumô y del teatro kabuki, cuyas representaciones atraían a grandes cantidades de espectadores.

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Por su parte, el teatro de marionetas o jôruri gozó de especial aprecio entre las clases medias y bajas. Con antecedentes en el Nô, el teatro de títeres encontró a uno de sus más grandes creadores en el dramaturgo Mozaemon Chikamatsu (1653-1725). Nacido en el seno de una familia samurai, cabe suponer el escándalo que supondría el que uno de sus miembros decidiera dedicarse a la por entonces nada prestigiosa profesión de dramaturgo. Chikamatsu, que desarrolló su actividad en Kyôto y Ôsaka, aunque escribió obras para kabuki, destacó especialmente por la revolución que supuso en las artes escénicas del jôruri. En total, escribió más de treinta piezas para kabuki y aproximadamente un centenar para teatro de títeres, de los cuales la mayoría son piezas históricas, mientras que casi una cuarta parte pertenecen a la temática popular. Entre sus obras magistrales encontramos Los amantes suicidas de Amijima y la épica Las batallas de Coxinga.

La narrativa también gozó de una gran popularidad. Uno de sus más brillantes autores será Ihara Saikaku (1642-1693), natural de Ôsaka. Gran observador de la sociedad que lo rodeaba, supo retratar con ingenio, soltura y grandes dosis de humor el erotismo de la sociedad licenciosa en que vivió, siendo el creador del estilo de novelas llamadas ukiyozôchi, “novelas del mundo flotante”, por estar inspiradas en los barrios de placer. Entre las obras más celebradas de Saikaku encontramos El hombre que pasó la vida enamorado y Cinco amantes apasionadas.

Aunque Ueda Akinari (1734-1809) también fue autor de obras ukiyozôchi de calidad, se le conoce principalmente por ser uno de los mejores autores de novelas de misterio y fantásticas de la literatura japonesa. Akinari, que fue adoptado por una familia de ascendencia samurai, sería comerciante, médico, sabio y erudito, pues toda su vida la dedicó al estudio, tanto de los clásicos chinos como japoneses, de los que era un gran conocedor, como bien puede apreciarse a lo largo de sus imaginativas narraciones, plagadas de referencias a los clásicos. Así mismo, además de emplear una prosa magistral en sus escritos, Akinari también despliega un humor característico, como el que le permite emplear pseudónimos en los que ironiza con las taras físicas que le dejó una enfermedad durante su infancia. Entre los ukiyozôchi más famosos de Akinari están sus primeras obras, en las que sigue los pasos de Saikaku: Cuentos mundanos sobre las diversas habilidades y Caracteres mundanos de las concubinas. Aunque hay que señalar que Akinari, como reflejo de sus inquietudes intelectuales, cultivó varios géneros literarios, entre sus historias fantásticas brilla con luz propia Cuentos de lluvia y de agua (Ugetsu monogatari), llevada al cine de forma magistral en 1953 por Mizoguchi Kenji.

Basho_by_Buson_01La poesía japonesa vivió una época dorada durante los siglos XVII y XVIII. Aunque su nacimiento se produzca en el siglo anterior, será ahora cuando se desarrolle una nueva forma poética, el haikai, y lo hará gracias a uno de los más grandes poetas de todos los tiempos: Matsuo Bashô (1644-1694). La estrofa inicial de la renga o estrofa encadenada recibía el nombre de hokku, el cual, cuando se convirtió en una estructura independiente, daría lugar al haiku de 17 sílabas. Sin embargo, debemos puntualizar algunos detalles. Si bien en ocasiones se confunden los términos de hokku y haikai, la diferencia radica en que el haikai es la estrofa encadenada libre que impuso la escuela de Bashô, cuya denominación moderna es haiku. Perteneciente también a la clase samurai por nacimiento, Bashô prefirió dedicarse a las letras antes que a las armas. Pronto reunió en torno suyo a un grupo de discípulos, seducidos por el estilo peculiar de su maestro. Bashô, influido profundamente por el Zen, siempre sostuvo que el haiku debía revelar sólo lo necesario, cuanto menos, mejor, dejando que la sugestión completara las evocadoras imágenes que, a base de pinceladas, permitían plasmar en el poema esa verdad captada en el instante. Entre las inmortales obras de Bashô se encuentra Senda de Oku, delicioso diario, intercalado de inolvidables poemas, que relata el cuarto de sus viajes, realizado poco antes de que la muerte lo sorprendiera.

Poco es lo que se sabe de Yosa Buson (1716-1783), el segundo de los grandes creadores de haiku. Más conocido por su actividad como pintor, del que se conservan algunas obras maestras como el Biombo de la Palma o Sotetsu, el joven Yosa Buson fue discípulo de Hayano Hajin, quien a su vez había tenido por maestro al gran Bashô. Más adelante fundaría una Asociación de Haiku compuesta por antiguos discípulos de Hayano Hajin y que recibiría el nombre de Sankasha. Pese al reconocimiento que recibió al ser nombrado sucesor de su maestro Hajin, su poesía cayó posteriormente en el olvido, no siendo redescubierto el refinamiento y belleza poéticos de Yosa Buson hasta mucho tiempo después.

En Kobayashi Issa (1763-1827) reconocemos al último de los grandes compositores de haiku del período Edo. La vida de Issa estuvo repleta de sinsabores que marcaron tanto su existencia como su obra. La primera desgracia que tuvo que afrontar fue la muerte de su madre a edad muy temprana. Su padre contrajo segundas nupcias, y tanto su madrastra como su hermanastro le traerán nuevas dificultades, sobre todo de índole económica, pues los problemas en torno a la herencia de su padre (que no se resolverían hasta 1813) serán los principales responsables de que Issa se vea obligado a llegar una vida humilde, pese a que su familia gozara de una posición acomodada. La vida conyugal tampoco traerá una felicidad definitiva a pesar de sus tres matrimonios. Sólo en sus últimos años de vida parece que Issa logró algo de paz espiritual. Kobayashi Issa, como Yosa Buson, no gozaron de mucha popularidad en su época pese a la calidad de su producción. En los poemas de Issa, espontáneos y nada convencionales, quedan retenidos elementos muchas veces extraños a la tradición poética japonesa, tales como las personas menos favorecidas de la sociedad (con los que se identifica debido a sus circunstancias biográficas) o, incluso, elementos feos o desagradables, llegando a transmitir su peculiar manera de observar la naturaleza y el mundo que lo rodea un sentimiento de melancolía y nostalgia difícil de explicar pero tremendamente fácil de percibir a través de su lectura.

Finalmente, para concluir estas líneas dedicadas a la cultura del período Edo, mencionaremos brevemente el esplendor que alcanzaron las artes plásticas tradicionales, en las que se incluyen tanto la pintura cerámica, el lacado y las delicadas pinturas de biombos y paneles, en la que destacaron por su exquisitez tanto Ogata Kôrin (1658-1716) como Maruyama Ôkyo (1733-1795).

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ESPLENDOR HEIAN

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Llegado el año 784 la capital es trasladada por el emperador Kanmu (737-806) desde Nara a Nagaoka (provincia de Yamashiro, en el actual distrito de Kyôto) y, posteriormente, en 794, y ya de manera definitiva, a la nueva y recién planificada ciudad de Heian-kyô (Kyôto). Comenzaba así el período Heian (平安時代, Heian Jidai), que habría de durar hasta 1185.

Paralelamente a la progresiva configuración de la sociedad prefeudal, basada en vínculos de vasallaje y en la preeminencia de la clase militar, se observa durante este período el ascenso imparable del clan de los Fujiwara, que acapararía en sus manos, de manera indiscutible, el poder político y económico, afianzado por el establecimiento de vínculos familiares con la Familia Imperial. El origen del ennoblecimiento de este poderoso clan se remonta a la concesión, por parte del emperador, del título o apellido de Fujiwara a Nakatomi (614-669), llamado posteriormente Kamatari, en reconocimiento a los servicios prestados durante la reforma Taika. Más tarde, el hijo de Kamatari, Fuhito (659-720), también intervendría en la elaboración del Código Taihô.

Paradójicamente, las reformas precedentes basadas en el sistema Tang que pretendían reforzar el poder imperial, acabaron por provocar el efecto contrario. Los emperadores fueron delegando poderes en altos cargos burocráticos de la corte, hasta el punto de que la figura del emperador fue quedando progresivamente desposeída del poder ejecutivo a favor de los regentes, cargo que acabó siendo monopolizado por la familia Fujiwara desde finales del siglo IX.

El emperador Shirakawa (1053-1129) fue el primero que intentó enmendar esta situación. En 1086, tras trece años de reinado, abdicó en su heredero, ejerciendo a partir de entonces él mismo como regente del nuevo emperador. Se instauraba así lo que dio en llamarse “gobierno de claustro” (院政, sistema Insei) debido a la costumbre de los emperadores retirados de recluirse en un monasterio, desde donde ejercían la regencia. Esta práctica política se mantendría vigente, con algunos altibajos, hasta 1430.

Mientras esto sucedía en la corte, en las regiones periféricas y más alejadas se iba consolidando el poder de los grandes señores terratenientes, dueños de la tierra y que comenzaban a organizar sus propias milicias para la defensa de sus posesiones, pues el fracaso de las reformas Taika condujo a que la posesión de la tierra acabara en manos de un reducido grupo de privilegiados: los principales clanes provinciales, aristócratas, altos funcionarios cortesanos y monasterios budistas.

Los templos y monasterios budistas habían sido muy favorecidos con donaciones desde la época Nara (especialmente los templos de Tôdai-ji y Kôkufu-ji). Ahora, tras el traslado de la corte a Kyôto, fue privilegiado el templo de Enryaku-ji, en el monte Hiei. La enemistad entre los diferentes templos por el control de nombramientos y el mantenimiento de influencia en la corte fue en aumento hasta que, mediado el siglo X,  estallaron los enfrentamientos, en los que se vieron implicados los monjes guerreros de los respectivos templos. En los intentos de frenar el avance de los monjes hacia el Palacio Imperial destacaron tanto Minamoto Yorimasa como Taira Kiyomori, máximos representantes de los dos clanes de esa nueva clase militar emergente (bushi o samurai) que a partir de este momento se disputarían el poder.

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La enemistad entre estos dos linajes se remontaba al año 1016, cuando Minamoto Yorinobu, como gobernador de la provincia de Hitachi, se había encargado de sofocar la revuelta de Taira Tadatsune. Desde entonces, la rivalidad entre estas dos casas fue en aumento, en paralelo a su incremento de poder y prestigio, pues mientras los Minamoto lograron afianzar su posición en el noreste del país (región de Kantô), los Taira hacían lo propio en el oeste del Japón, destacándose en su lucha contra los piratas que infestaban el mar Interior. Ambos clanes contaron con el apoyo de dos importantes facciones cortesanas: mientras los Taira se apoyaron en la protección del emperador retirado Shirakawa, los Minamoto gozaron de la confianza de la familia Fujiwara.

La lucha por el poder en los círculos cortesanos se dirimió en el enfrentamiento que estalló entre los clanes Taira y Minamoto, que tomaron partido por sus respectivos protectores tras la crisis sucesoria de la Familia Imperial que tuvo lugar en 1156. Durante la conocida como Hôgen no Ran (Rebelión Hôgen), que habría de durar hasta 1159, Taira Kiyomori, quien tomó parte por el emperador reinante, logró vencer a Minamoto Tameyoshi y su hijo Tametomo. Otro hijo de Tameyoshi, Yoshimoto, que habría de apoyar a la facción Taira en contra de su propia familia durante la Rebelión Hôgen, protagonizaría un nuevo levantamiento en 1160 (Heiji no Ran, Rebelión Heiji), siendo finalmente vencido por Taira Kiyomori. Esta sucesión de victorias del clan Taira se vería reconocida en 1167 por la concesión del título de Daijô Daijin (Gran Ministro) a Taira Kiyomori, que acabó por controlar de facto el poder en Japón, ejerciendo un férreo control sobre toda fuerza contraria y afianzado su posición casando a su hija con el Emperador. Se consumaba de esta manera el traspaso de poder desde la corte a la clase militar.

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A la altura del año 1180 el gobierno del clan Taira habría de hacer frente a un movimiento opositor, pues en ese año estallaban las Guerras Genpei, que se prolongarían hasta 1185. Este conflicto debe su nombre a la pronunciación china de los apellidos Minamoto (Genji) y Taira (Heishi) que se enfrentaron entre sí. La rebelión estalló a la vez en dos puntos distintos y estuvo protagonizada por dos miembros de la familia Minamoto: el ya anciano Minamoto Yorimasa (que se levantó en Kyôto) y Minamoto Yoritomo (en Ize), a quien Kiyomori, en la anterior rebelión, había perdonado la vida por su corta edad. Vencida la facción de Yorimasa, la lucha se centró entre los Taira y Minamoto Yoritomo, quien finalmente se hizo con la definitiva victoria tras la batalla naval de Dan no Ura, en el estrecho de Shimonoseki, en la cual perdió la vida el niño emperador Antoku, nieto de Taira Kiyomori, al arrojarse al mar en brazos de su abuela Nii-Dono. El Heike monogatari, que narra el ascenso y caída del clan Taira, también recoge el suicidio del emperador niño y de su abuela, así como el intento por parte de la dama de hundirse junto con las insignias imperiales, los Tres Tesoros, de los que sólo pudieron recuperarse el espejo y el joyel, si bien existe la teoría de la existencia de una réplica de la espada Kusanagi.

Libre de enemigos y seguro de su poder, en 1192, Yoritomo se proclamó Seii Tai Shôgun, (“Gran General Apaciguador de los Bárbaros”, título cuyo origen se remontaba al 796, año en que fue concedido a Sakanoue no Tamuramaro, tras su victoria sobre los bárbaros emishi), trasladando la capitalidad a Kamakura y dando así comienzo al primer gobierno militar conocido como Shogunato o Bakufu (“gobierno de campaña”, 幕府), y que se prolongaría, bajo distintas dinastías, hasta la Restauración Meiji de 1867.

Culturalmente el período Heian se caracterizó por el florecimiento de las artes, especialmente de las letras, en cuya apreciación dejaremos aparte las crónicas y recopilaciones que servían de justificante a la clase gobernante –el Kojiki o Relación de hechos antiguos, del 712, y los Nihongi o Crónicas del Japón, del año 720. La corte, inmersa en un mundo refinado y erudito, se convirtió en el centro cultural del país, de donde manaba una literatura de estilo aristocrático, impregnada de lo que los japoneses llaman miyabi y Donald Keene traduce como “cortesanía”.

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La poesía gozaba de especial valoración en estos selectos círculos y su uso, deleite y composición no se limitaba a los enamorados, sino que se extendía a todos los miembros cortesanos, incluido el emperador. La primera recopilación poética se titula Manyôshû (Colección de diez mil hojas) y se remonta al siglo VIII. Por su parte, del siglo X data el Kokinshû (Colección de poemas antiguos y modernos), antología que recoge más de cien mil waka, poema japonés de 31 sílabas nacido en el sigo IX, tras la liberación que experimentó la literatura japonesa de la excesiva influencia china.

Sin embargo, los máximos logros de las letras japonesas de este período vendrían de la mano de la prosa de varias autoras que escribieron sus obras empleando el silabario japonés (kana), pues la escritura china, considerada demasiado difícil para las mujeres, estaba reservada a los hombres, pese a la relevancia que todavía mantenía la mujer japonesa en la sociedad Heian en comparación con épocas posteriores. Entre las grandes joyas literarias de este momento destacan, pues, El libro de la almohada, de Sei Shônagon (c. 968- c. 1000 o 1025), dama de compañía de la emperatriz Teishi, y sobre todo, La Historia de Genji (Genji monogatari), de Murasaki Shikibu (c. 975- c. 1025), dama de compañía de la emperatriz Shoshi. La Historia de Genji, escrita alrededor del año 1000, por su extensión y madurez técnica y estilística, puede ser considerada como una obra maestra de la literatura universal de todos los tiempos, además de lograr transportarnos con asombrosa nitidez al suntuoso mundo aristocrático de la corte Heian.

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LA RESTAURACIÓN MEIJI

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En los primeros años del siglo XIX Japón no había logrado vencer los síntomas de agotamiento del sistema de gobierno militar Tokugawa. A los factores internos (hambre y descontento social, dificultades económicas, endeudamiento de la clase samurái, etc.) ahora vendría a sumarse la presión ejercida desde el exterior. Rusia estaría entre las primeras potencias que intentarían romper el aislamiento de Japón al aproximarse a Hokkaidô. Por su parte, ya en 1808 el buque de guerra inglés Phaeton se había acercado al puerto de Nagasaki. Diez años después, en 1818, sería Edo el destino de otro navío británico que buscaba garantizar el abastecimiento de víveres y aguada para los balleneros de su nacionalidad que se acercaran a las costas japonesas. El Bakufu, sin embargo, se mostró reacio a cualquier concesión comercial, decretando en 1825 la expulsión de todo barco extranjero atracado en sus puertos (aunque sí que se transigió en la concesión de ayuda a los barcos extranjeros que la necesitaran).

Commodore_Matthew_Calbraith_PerryLos balleneros estadounidenses, al igual que los británicos, también tenían interés en la pesca en las aguas próximas a Japón y en el abastecimiento de sus barcos en los puertos nipones. Como el envío de sendas misiones en 1837 y 1846 resultó del todo infructuoso para establecer tratos comerciales con el Japón, Estados Unidos resolvió utilizar medidas más intimidatorias para lograr sus objetivos. El 8 de julio de 1853 el comodoro Matthew C. Perry irrumpió en la bahía de Edo al mando de cuatro navíos de guerra. Perry era el portador de una carta del presidente norteamericano Fillmore en la que se reclamaba el derecho a entrar en los puertos japoneses, así como el establecimiento de relaciones comerciales entre los dos países. Tras hacer aceptar a la fuerza la carta de su presidente, Perry partió, anunciando su regreso al cabo de un año. Consciente el gobierno Tokugawa de la imposibilidad de hacer frente al ultimátum de Estados Unidos, se dispuso a pedir consejo a las altas esferas militares, así como al emperador, abriéndose de esta manera una primera puerta hacia la restauración de la autoridad política de la Casa Imperial.

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El comodoro Perry, como había anunciado, regresó a comienzos de 1854, pero esta vez al mando de cuatro buques de guerra (“barcos negros”). El Bakufu no tuvo más remedio que claudicar ante sus exigencias. Por el Tratado de Kanagawa, firmado en ese mismo año de 1854, se autorizó a los barcos americanos a atracar en los puertos de Hakodate y Shimoda (ciudad en la que quedaría instalado un cónsul estadounidense), se prometió ayuda a los navíos que la solicitaran, a la vez que se reconoció a Estados Unidos como “nación más favorecida”. Inglaterra, Rusia y Francia no tardarían en firmar tratados similares con Japón, que de esta manera rompió el aislamiento (sakoku) en que había vivido por más de dos siglos. La apertura del Japón al mundo exterior, no obstante, trajo consigo la crisis política interna y la desintegración del shogunato como sistema de gobierno a lo largo de un convulso período que ha dado en llamarse Bakumatsu, o fin del Bakufu.

En 1856 el estadounidense Townsend Harris era enviado por su gobierno para negociar un nuevo tratado comercial. Con el fin de convencer a los dirigentes militares reticentes al acuerdo se procedió a solicitar la opinión del emperador, aviniéndose a acatar su decisión, pues se esperaba que fuera favorable. Sin embargo, para sorpresa del Bakufu, el emperador, bajo la influencia de consejeros pro-aislacionistas, no dio el visto bueno al tratado. Con todo, a pesar de la negativa imperial, en julio de 1858, por iniciativa del consejero Ii Naosuke, se firmaba el Tratado de Amistad y Comercio entre Japón y Estados Unidos, por el que se concedieron a este último grandes prerrogativas: además de rebajar aranceles y de abrir cinco puertos al comercio exterior, desde 1862-63 en Edo y Ôsaka se permitiría la presencia de extranjeros, los cuales gozarían del privilegio de extraterritorialidad y de libertad de culto. Como en la ocasión anterior, Inglaterra, Francia, Rusia y Países Bajos seguirían los pasos de los americanos al firmar acuerdos similares con el gobierno nipón, que pese a consolidar así sus relaciones diplomáticas con occidente, habría de hacer frente a partir de ahora a las fuerzas pro-imperiales y anti-aperturistas que no aprobaban ni la actuación ni el gobierno del shogunato.

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Es en estos momentos cuando hicieron su aparición sentimientos de corte nacionalista apoyados en los conceptos de sonnô (“reverencia al emperador”) y jôi (“expulsar a los bárbaros”) que arraigaron especialmente en un abanico social que incluía a jóvenes samuráis y clases medias frustradas ante las perspectivas que ofrecía el Bakufu, “señores de fuera” (principalmente los de Chôshû, Satsuma y Tosa), pero también en Mitô, rama colateral de los Tokugawa. Algunos de estos descontentos, sin embargo, no se mostraban tan radicales en sus planteamientos, aceptando la ciencia occidental, que reconocían más adelantada.

Por su parte, el emperador Kômei finalmente se avino a aceptar la postura del Bakufu en una política que recibió el nombre de kôbugattai (“alianza de la corte con los militares”), sellada en 1862 con la boda de Kazunomiya, hija menor del emperador, con el shôgun Iemochi.

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La reticencia de Chôshû y Satsuma a la política aperturista gubernamental condujo a que ambos atacaran a todos los barcos occidentales que se acercaran a sus costas en los años 1863 y 1864. Las represalias no tardaron en llegar, pues pocos días después tanto Chôshû como Satsuma (responsable de la muerte de un ciudadano británico en el llamado Incidente de Namamugi) tuvieron que soportar el cañoneo de las fuerzas occidentales. La lección fue aprendida de inmediato: Chôshû comenzó la modernización de su ejército, mientras que Satsuma haría lo propio con su marina. Pero en esos mismos años tenían lugar otros preocupantes sucesos. En agosto de 1863 extremistas Chôshû avanzaron hacia Kyôto, aunque fueron obligados a retroceder. Justo un año después, el clan Chôshû volvió a intentar una vez más entrar en la capital imperial, pero nuevamente fueron rechazados. En estas circunstancias el pacto kôbugattai comenzó a debilitarse, mientras los clanes Chôshû y Satsuma acabaron por aliarse en secreto a principios de 1866, algo que para el Shogunato resultaba tremendamente peligroso por la alta proporción de samuráis con que contaba Satsuma, que además era el segundo clan más numeroso.

El Bakufu se propuso desembarazarse de la molestia que le suponía el clan Chôshû, para lo cual puso en marcha contra él una campaña en el verano de 1866. La ofensiva, al no poder contar con el clan Satsuma, no sólo fue un fracaso, sino que además condujo a la muerte al shôgun Iemochi. Su sucesor, Tokugawa Keiki, dio la ofensiva por concluida.

Entre tanto, el emperador Kômei, a pesar de verse presionado por los consejeros más extremistas, se mantuvo firme en su negativa a despachar fuera de la corte a los consejeros partidarios de mantener la alianza con el gobierno militar. La muerte del emperador a finales de 1866 franqueó el camino para que los consejeros contrarios al shôgun pudieran desplegar su influencia sobre el nuevo emperador Meiji Mutsuhito (1867-1912), un joven de tan solo quince años. Los detractores del kôbugattai -Saigô Takamori (Satsuma), Ôkubo Toshimichi y Kido Kôin (Chôshû)- se unieron para presionar al emperador para que tomara medidas militares contra el Bakufu. Para evitar el derramamiento de sangre que supondría el uso de la fuerza, el clan Tosa intervino ante el Bakufu, logrando convencer al shôgun Tokugawa Keiki para que devolviera voluntariamente el poder político al emperador en noviembre de 1867, el cual, a principios de 1868 trasladó la residencia de la corte a Edo (a partir de ahora Tôkyô) dando así comienzo la era Meiji y poniendo fin al largo gobierno militar que había conducido la vida del país durante siglos.

La transición definitiva hacia una nueva fórmula de gobierno y de sociedad no se llevaría sin sobresaltos, pues los decretos que se publicarían a partir de ahora iban a chocar con los usos arraigados durante generaciones en la conciencia de los japoneses. Todavía se declararían algunos levantamientos. Entre ellos, el más famoso es sin duda el protagonizado por Saigô Takamori de Satsuma en 1877. Su intención era llegar hasta Tôkyô. En su marcha hacia el norte se le fueron uniendo multitud de antiguos samuráis insatisfechos con los cambios y con las oscuras perspectivas que les aguardaban. El ejército de cuarenta y dos mil samuráis de Saigô fue frenado en su avance y vencido finalmente por el moderno ejército imperial compuesto por plebeyos. Ante la derrota y la humillación sufridas en la batalla de Shiroyama, Saigô decidió suicidarse haciéndose el seppuku. Moría así el último samurái.

A pesar de todas las dificultades y de las turbulencias internas desatadas por las reformas, no había marcha atrás. El gobierno Meiji acabó por consolidarse e introdujo a Japón de lleno en la era contemporánea.