LA RESTAURACIÓN MEIJI

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En los primeros años del siglo XIX Japón no había logrado vencer los síntomas de agotamiento del sistema de gobierno militar Tokugawa. A los factores internos (hambre y descontento social, dificultades económicas, endeudamiento de la clase samurái, etc.) ahora vendría a sumarse la presión ejercida desde el exterior. Rusia estaría entre las primeras potencias que intentarían romper el aislamiento de Japón al aproximarse a Hokkaidô. Por su parte, ya en 1808 el buque de guerra inglés Phaeton se había acercado al puerto de Nagasaki. Diez años después, en 1818, sería Edo el destino de otro navío británico que buscaba garantizar el abastecimiento de víveres y aguada para los balleneros de su nacionalidad que se acercaran a las costas japonesas. El Bakufu, sin embargo, se mostró reacio a cualquier concesión comercial, decretando en 1825 la expulsión de todo barco extranjero atracado en sus puertos (aunque sí que se transigió en la concesión de ayuda a los barcos extranjeros que la necesitaran).

Commodore_Matthew_Calbraith_PerryLos balleneros estadounidenses, al igual que los británicos, también tenían interés en la pesca en las aguas próximas a Japón y en el abastecimiento de sus barcos en los puertos nipones. Como el envío de sendas misiones en 1837 y 1846 resultó del todo infructuoso para establecer tratos comerciales con el Japón, Estados Unidos resolvió utilizar medidas más intimidatorias para lograr sus objetivos. El 8 de julio de 1853 el comodoro Matthew C. Perry irrumpió en la bahía de Edo al mando de cuatro navíos de guerra. Perry era el portador de una carta del presidente norteamericano Fillmore en la que se reclamaba el derecho a entrar en los puertos japoneses, así como el establecimiento de relaciones comerciales entre los dos países. Tras hacer aceptar a la fuerza la carta de su presidente, Perry partió, anunciando su regreso al cabo de un año. Consciente el gobierno Tokugawa de la imposibilidad de hacer frente al ultimátum de Estados Unidos, se dispuso a pedir consejo a las altas esferas militares, así como al emperador, abriéndose de esta manera una primera puerta hacia la restauración de la autoridad política de la Casa Imperial.

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El comodoro Perry, como había anunciado, regresó a comienzos de 1854, pero esta vez al mando de cuatro buques de guerra (“barcos negros”). El Bakufu no tuvo más remedio que claudicar ante sus exigencias. Por el Tratado de Kanagawa, firmado en ese mismo año de 1854, se autorizó a los barcos americanos a atracar en los puertos de Hakodate y Shimoda (ciudad en la que quedaría instalado un cónsul estadounidense), se prometió ayuda a los navíos que la solicitaran, a la vez que se reconoció a Estados Unidos como “nación más favorecida”. Inglaterra, Rusia y Francia no tardarían en firmar tratados similares con Japón, que de esta manera rompió el aislamiento (sakoku) en que había vivido por más de dos siglos. La apertura del Japón al mundo exterior, no obstante, trajo consigo la crisis política interna y la desintegración del shogunato como sistema de gobierno a lo largo de un convulso período que ha dado en llamarse Bakumatsu, o fin del Bakufu.

En 1856 el estadounidense Townsend Harris era enviado por su gobierno para negociar un nuevo tratado comercial. Con el fin de convencer a los dirigentes militares reticentes al acuerdo se procedió a solicitar la opinión del emperador, aviniéndose a acatar su decisión, pues se esperaba que fuera favorable. Sin embargo, para sorpresa del Bakufu, el emperador, bajo la influencia de consejeros pro-aislacionistas, no dio el visto bueno al tratado. Con todo, a pesar de la negativa imperial, en julio de 1858, por iniciativa del consejero Ii Naosuke, se firmaba el Tratado de Amistad y Comercio entre Japón y Estados Unidos, por el que se concedieron a este último grandes prerrogativas: además de rebajar aranceles y de abrir cinco puertos al comercio exterior, desde 1862-63 en Edo y Ôsaka se permitiría la presencia de extranjeros, los cuales gozarían del privilegio de extraterritorialidad y de libertad de culto. Como en la ocasión anterior, Inglaterra, Francia, Rusia y Países Bajos seguirían los pasos de los americanos al firmar acuerdos similares con el gobierno nipón, que pese a consolidar así sus relaciones diplomáticas con occidente, habría de hacer frente a partir de ahora a las fuerzas pro-imperiales y anti-aperturistas que no aprobaban ni la actuación ni el gobierno del shogunato.

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Es en estos momentos cuando hicieron su aparición sentimientos de corte nacionalista apoyados en los conceptos de sonnô (“reverencia al emperador”) y jôi (“expulsar a los bárbaros”) que arraigaron especialmente en un abanico social que incluía a jóvenes samuráis y clases medias frustradas ante las perspectivas que ofrecía el Bakufu, “señores de fuera” (principalmente los de Chôshû, Satsuma y Tosa), pero también en Mitô, rama colateral de los Tokugawa. Algunos de estos descontentos, sin embargo, no se mostraban tan radicales en sus planteamientos, aceptando la ciencia occidental, que reconocían más adelantada.

Por su parte, el emperador Kômei finalmente se avino a aceptar la postura del Bakufu en una política que recibió el nombre de kôbugattai (“alianza de la corte con los militares”), sellada en 1862 con la boda de Kazunomiya, hija menor del emperador, con el shôgun Iemochi.

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La reticencia de Chôshû y Satsuma a la política aperturista gubernamental condujo a que ambos atacaran a todos los barcos occidentales que se acercaran a sus costas en los años 1863 y 1864. Las represalias no tardaron en llegar, pues pocos días después tanto Chôshû como Satsuma (responsable de la muerte de un ciudadano británico en el llamado Incidente de Namamugi) tuvieron que soportar el cañoneo de las fuerzas occidentales. La lección fue aprendida de inmediato: Chôshû comenzó la modernización de su ejército, mientras que Satsuma haría lo propio con su marina. Pero en esos mismos años tenían lugar otros preocupantes sucesos. En agosto de 1863 extremistas Chôshû avanzaron hacia Kyôto, aunque fueron obligados a retroceder. Justo un año después, el clan Chôshû volvió a intentar una vez más entrar en la capital imperial, pero nuevamente fueron rechazados. En estas circunstancias el pacto kôbugattai comenzó a debilitarse, mientras los clanes Chôshû y Satsuma acabaron por aliarse en secreto a principios de 1866, algo que para el Shogunato resultaba tremendamente peligroso por la alta proporción de samuráis con que contaba Satsuma, que además era el segundo clan más numeroso.

El Bakufu se propuso desembarazarse de la molestia que le suponía el clan Chôshû, para lo cual puso en marcha contra él una campaña en el verano de 1866. La ofensiva, al no poder contar con el clan Satsuma, no sólo fue un fracaso, sino que además condujo a la muerte al shôgun Iemochi. Su sucesor, Tokugawa Keiki, dio la ofensiva por concluida.

Entre tanto, el emperador Kômei, a pesar de verse presionado por los consejeros más extremistas, se mantuvo firme en su negativa a despachar fuera de la corte a los consejeros partidarios de mantener la alianza con el gobierno militar. La muerte del emperador a finales de 1866 franqueó el camino para que los consejeros contrarios al shôgun pudieran desplegar su influencia sobre el nuevo emperador Meiji Mutsuhito (1867-1912), un joven de tan solo quince años. Los detractores del kôbugattai -Saigô Takamori (Satsuma), Ôkubo Toshimichi y Kido Kôin (Chôshû)- se unieron para presionar al emperador para que tomara medidas militares contra el Bakufu. Para evitar el derramamiento de sangre que supondría el uso de la fuerza, el clan Tosa intervino ante el Bakufu, logrando convencer al shôgun Tokugawa Keiki para que devolviera voluntariamente el poder político al emperador en noviembre de 1867, el cual, a principios de 1868 trasladó la residencia de la corte a Edo (a partir de ahora Tôkyô) dando así comienzo la era Meiji y poniendo fin al largo gobierno militar que había conducido la vida del país durante siglos.

La transición definitiva hacia una nueva fórmula de gobierno y de sociedad no se llevaría sin sobresaltos, pues los decretos que se publicarían a partir de ahora iban a chocar con los usos arraigados durante generaciones en la conciencia de los japoneses. Todavía se declararían algunos levantamientos. Entre ellos, el más famoso es sin duda el protagonizado por Saigô Takamori de Satsuma en 1877. Su intención era llegar hasta Tôkyô. En su marcha hacia el norte se le fueron uniendo multitud de antiguos samuráis insatisfechos con los cambios y con las oscuras perspectivas que les aguardaban. El ejército de cuarenta y dos mil samuráis de Saigô fue frenado en su avance y vencido finalmente por el moderno ejército imperial compuesto por plebeyos. Ante la derrota y la humillación sufridas en la batalla de Shiroyama, Saigô decidió suicidarse haciéndose el seppuku. Moría así el último samurái.

A pesar de todas las dificultades y de las turbulencias internas desatadas por las reformas, no había marcha atrás. El gobierno Meiji acabó por consolidarse e introdujo a Japón de lleno en la era contemporánea.

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