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YOSHIWARA
El hilo argumental de Crecer (Takekurabe, 1895-1896), obra cumbre de Higuchi Ichiyō (1872-1896), se centra en el triángulo amoroso que se establece entre sus tres personajes principales y transcurre en el llamado Daionji-mae (literalmente, «frente al templo Daionji»), esto es, en la zona próxima al barrio de placer de Yoshiwara. Ichiyō conocía de primera mano el ambiente que se respiraba en los barrios satélites del más licencioso distrito de Tokio, pues vivió junto a su madre y hermana en la zona conocida como Ryūsenji, muy próxima a Yoshiwara, regentando una pequeña tienda de artículos de papelería y chucherías. Takekurabe es, por tanto, algo más que una sencilla historia de amor adolescente, pues el peso de Yoshiwara, omnipresente por la poderosa influencia que ejerce sobre el entorno que lo rodea, se dejará sentir a lo largo de toda la obra.
Yoshiwara era el único barrio de placer legalizado en la ciudad de Edo, capital del sogunado Tokugawa (1603-1868). Durante este período, las autoridades, en un intento por mantener bajo control en lo posible la prostitución, dispusieron un sistema de legalización según el cual las prostitutas con licencia, sometidas a periódicas revisiones médicas con objeto de evitar al máximo la transmisión de enfermedades venéreas, podrían llevar a cabo su actividad dentro de unas zonas específicas en algunas de las mayores urbes de la época, entre las que se encontraba Edo, ciudad que posteriormente, a partir de la era Meiji (1868-1912), tomaría el nombre de Tokio, con el que la conocemos hoy en día.
El distrito de Yoshiwara se situaba próximo a Asakusa. Estaba circundado por un muro y por el llamado Foso O’haguro o Foso de los Dientes Negros, nombre que hacía alusión al tinte negro con el que las cortesanas, siguiendo las modas de la época, teñían sus dientes. Junto a la entrada principal del distrito o Puerta Grande, se alzaba el llamado «sauce de las despedidas», poético apelativo que hacía referencia al anhelo con el que aquellos que regresaban al amanecer a sus casas tras las diversiones nocturnas dirigían su mirada atrás, en la añoranza de un pronto regreso. No obstante, el cautivador ambiente que respiraban los clientes camuflaba un sórdido y muy lucrativo mundo en el que las cortesanas, rígidamente jerarquizadas desde las simples aprendices hasta las prostitutas de alto rango (oiran), eran exhibidas tras las celosías de los burdeles cual si de mera mercancía se tratara, quedando atadas a sus respectivas casas por una deuda (miuke) que se suponía saldarían con su trabajo o merced a un patrón que, en un acto de generosidad, la pagara por ellas.
Afortunadamente, los días de Yoshiwara estaban contados, pues la prostitución sería definitivamente ilegalizada en la década de 1950. En los años en que el distrito de placer sirvió de inspiración para Takekurabe, su esplendor ya hacía mucho que había quedado atrás. A pesar de ello, todavía seguía suponiendo un muy lucrativo negocio, tanto en lo que a prostitución se refiere como en cuanto a motor económico de una multitud de familias que basaban su sustento en la infinidad de trabajos que el distrito de placer generaba a su alrededor, pues de él dependían desde tiradores de rickshaws hasta sencillas costureras, trabajadores cuya residencia habitual muchas veces quedaba fijada en el cercano barrio de Daionji-mae.
Ichiyō, sin embargo, no solo encontró inspiración en esta zona, pues cuando las necesidades económicas la obligaron a cerrar la tienda familiar que regentaba y a trasladarse al más humilde Maruyama-Fukuyama, barrio de placer de inferior categoría que Yoshiwara, este se convertiría en el escenario de otra de sus más afamadas historias, Aguas aciagas (Nigorie, 1895). Reafirmaba así la escritora su ánimo de centrar sus relatos en los más desfavorecidos: personajes femeninos zarandeados por la indefensión. Sin duda, el legado literario de Ichiyō supone una invitación a la reflexión sobre la situación de la mujer en la sociedad Meiji.