LA CULTURA DURANTE LA ERA TOKUGAWA

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La era Genroku (1688-1704) marca el momento álgido de un floreciente período cultural que se extenderá a lo largo de todo el siglo XVIII y que se concentrará principalmente en los núcleos urbanos, sometidos a un constante y espectacular crecimiento durante el Bakufu Tokugawa. Los chônin (comerciantes y artesanos), protagonizarán esta eclosión cultural gracias a una holgada posición económica derivada de su trabajo y que contrastaría con los signos de crisis que empezaban a detectarse de manera evidente en la generalidad del país.

Tres ciudades destacarían por encima de todas: Kyôto, Ôsaka y Edo, en torno a las cuales crecerían barrios de placer, con sus burdeles, casas de té y salones de espectáculos, destinados a satisfacer los deseos hedonistas de esa clase acaudalada que gustaba de una vida suntuosa y libre de preocupaciones que dio en llamarse ukiyo (“mundo flotante”) y cuyas imágenes evocadoras quedarían inmortalizadas por los grandes maestros de xilografías ukiyoe que tan poderosa influencia ejercerían sobre los pintores impresionistas europeos.

Entre estos relevantes artistas, el primero a destacar es Kitagawa Utamaro (1753-1806), extraordinario retratista de elegantes cortesanas y bellas mujeres sorprendidas en sus tareas cotidianas o compartiendo la intimidad en pareja, como bien queda reflejado en una de sus obras maestras, Doce horas en las casas verdes o en la colección de grabados eróticos publicado bajo el título El poema de la almohada.

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Katsushika Hokusai (1760-1849) abarcó muchas temáticas, pero es conocido, sobre todo, por sus paisajes, siendo sus colecciones más renombradas Treinta y seis vistas del monte Fuji (a la que pertenece su estampa más famosa, Ola en alta mar en Kanagawa) y Cien vistas del Fujiyama.

Utagawa Hiroshige (1797-1858), que desarrolló su actividad en los últimos años del período Edo, consagraría su fama como paisajista con la colección Cincuenta y tres estaciones del Tôkaidô, aunque también son muy loables sus Lugares famosos de Kyôto o la serie Sesenta y nueve estaciones del Kisokaidô.

Aunque hay que tener en cuenta que estos artistas no fueron los únicos, pues no se debe dejar de mencionar, entre otros, a Chôbunsai Eishi (1756-1829), a Suzuki Harunobu (1725-1770), a Isoda Koryûsai (que trabajó de 1765 a 1788), o a Tôshûsai Sharaku, quien se especializó en el retrato de actores kabuki.

Uno de los aspectos que más influyeron en la “democratización” de la cultura experimentada durante el período Edo  fue la amplia alfabetización existente entre las clases urbanas. Esta eclosión cultural, que se reflejó en todos los aspectos de la vida, es especialmente apreciable en el mundo del espectáculo y de las letras. Es el momento de la popularización del sumô y del teatro kabuki, cuyas representaciones atraían a grandes cantidades de espectadores.

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Por su parte, el teatro de marionetas o jôruri gozó de especial aprecio entre las clases medias y bajas. Con antecedentes en el Nô, el teatro de títeres encontró a uno de sus más grandes creadores en el dramaturgo Mozaemon Chikamatsu (1653-1725). Nacido en el seno de una familia samurai, cabe suponer el escándalo que supondría el que uno de sus miembros decidiera dedicarse a la por entonces nada prestigiosa profesión de dramaturgo. Chikamatsu, que desarrolló su actividad en Kyôto y Ôsaka, aunque escribió obras para kabuki, destacó especialmente por la revolución que supuso en las artes escénicas del jôruri. En total, escribió más de treinta piezas para kabuki y aproximadamente un centenar para teatro de títeres, de los cuales la mayoría son piezas históricas, mientras que casi una cuarta parte pertenecen a la temática popular. Entre sus obras magistrales encontramos Los amantes suicidas de Amijima y la épica Las batallas de Coxinga.

La narrativa también gozó de una gran popularidad. Uno de sus más brillantes autores será Ihara Saikaku (1642-1693), natural de Ôsaka. Gran observador de la sociedad que lo rodeaba, supo retratar con ingenio, soltura y grandes dosis de humor el erotismo de la sociedad licenciosa en que vivió, siendo el creador del estilo de novelas llamadas ukiyozôchi, “novelas del mundo flotante”, por estar inspiradas en los barrios de placer. Entre las obras más celebradas de Saikaku encontramos El hombre que pasó la vida enamorado y Cinco amantes apasionadas.

Aunque Ueda Akinari (1734-1809) también fue autor de obras ukiyozôchi de calidad, se le conoce principalmente por ser uno de los mejores autores de novelas de misterio y fantásticas de la literatura japonesa. Akinari, que fue adoptado por una familia de ascendencia samurai, sería comerciante, médico, sabio y erudito, pues toda su vida la dedicó al estudio, tanto de los clásicos chinos como japoneses, de los que era un gran conocedor, como bien puede apreciarse a lo largo de sus imaginativas narraciones, plagadas de referencias a los clásicos. Así mismo, además de emplear una prosa magistral en sus escritos, Akinari también despliega un humor característico, como el que le permite emplear pseudónimos en los que ironiza con las taras físicas que le dejó una enfermedad durante su infancia. Entre los ukiyozôchi más famosos de Akinari están sus primeras obras, en las que sigue los pasos de Saikaku: Cuentos mundanos sobre las diversas habilidades y Caracteres mundanos de las concubinas. Aunque hay que señalar que Akinari, como reflejo de sus inquietudes intelectuales, cultivó varios géneros literarios, entre sus historias fantásticas brilla con luz propia Cuentos de lluvia y de agua (Ugetsu monogatari), llevada al cine de forma magistral en 1953 por Mizoguchi Kenji.

Basho_by_Buson_01La poesía japonesa vivió una época dorada durante los siglos XVII y XVIII. Aunque su nacimiento se produzca en el siglo anterior, será ahora cuando se desarrolle una nueva forma poética, el haikai, y lo hará gracias a uno de los más grandes poetas de todos los tiempos: Matsuo Bashô (1644-1694). La estrofa inicial de la renga o estrofa encadenada recibía el nombre de hokku, el cual, cuando se convirtió en una estructura independiente, daría lugar al haiku de 17 sílabas. Sin embargo, debemos puntualizar algunos detalles. Si bien en ocasiones se confunden los términos de hokku y haikai, la diferencia radica en que el haikai es la estrofa encadenada libre que impuso la escuela de Bashô, cuya denominación moderna es haiku. Perteneciente también a la clase samurai por nacimiento, Bashô prefirió dedicarse a las letras antes que a las armas. Pronto reunió en torno suyo a un grupo de discípulos, seducidos por el estilo peculiar de su maestro. Bashô, influido profundamente por el Zen, siempre sostuvo que el haiku debía revelar sólo lo necesario, cuanto menos, mejor, dejando que la sugestión completara las evocadoras imágenes que, a base de pinceladas, permitían plasmar en el poema esa verdad captada en el instante. Entre las inmortales obras de Bashô se encuentra Senda de Oku, delicioso diario, intercalado de inolvidables poemas, que relata el cuarto de sus viajes, realizado poco antes de que la muerte lo sorprendiera.

Poco es lo que se sabe de Yosa Buson (1716-1783), el segundo de los grandes creadores de haiku. Más conocido por su actividad como pintor, del que se conservan algunas obras maestras como el Biombo de la Palma o Sotetsu, el joven Yosa Buson fue discípulo de Hayano Hajin, quien a su vez había tenido por maestro al gran Bashô. Más adelante fundaría una Asociación de Haiku compuesta por antiguos discípulos de Hayano Hajin y que recibiría el nombre de Sankasha. Pese al reconocimiento que recibió al ser nombrado sucesor de su maestro Hajin, su poesía cayó posteriormente en el olvido, no siendo redescubierto el refinamiento y belleza poéticos de Yosa Buson hasta mucho tiempo después.

En Kobayashi Issa (1763-1827) reconocemos al último de los grandes compositores de haiku del período Edo. La vida de Issa estuvo repleta de sinsabores que marcaron tanto su existencia como su obra. La primera desgracia que tuvo que afrontar fue la muerte de su madre a edad muy temprana. Su padre contrajo segundas nupcias, y tanto su madrastra como su hermanastro le traerán nuevas dificultades, sobre todo de índole económica, pues los problemas en torno a la herencia de su padre (que no se resolverían hasta 1813) serán los principales responsables de que Issa se vea obligado a llegar una vida humilde, pese a que su familia gozara de una posición acomodada. La vida conyugal tampoco traerá una felicidad definitiva a pesar de sus tres matrimonios. Sólo en sus últimos años de vida parece que Issa logró algo de paz espiritual. Kobayashi Issa, como Yosa Buson, no gozaron de mucha popularidad en su época pese a la calidad de su producción. En los poemas de Issa, espontáneos y nada convencionales, quedan retenidos elementos muchas veces extraños a la tradición poética japonesa, tales como las personas menos favorecidas de la sociedad (con los que se identifica debido a sus circunstancias biográficas) o, incluso, elementos feos o desagradables, llegando a transmitir su peculiar manera de observar la naturaleza y el mundo que lo rodea un sentimiento de melancolía y nostalgia difícil de explicar pero tremendamente fácil de percibir a través de su lectura.

Finalmente, para concluir estas líneas dedicadas a la cultura del período Edo, mencionaremos brevemente el esplendor que alcanzaron las artes plásticas tradicionales, en las que se incluyen tanto la pintura cerámica, el lacado y las delicadas pinturas de biombos y paneles, en la que destacaron por su exquisitez tanto Ogata Kôrin (1658-1716) como Maruyama Ôkyo (1733-1795).

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